jueves, 19 de agosto de 2010

La nueva Suecia


“No es tan complicado como parece”, es la frase más recurrente de los personajes que trabajan en el barrio Suecia. Los carabineros relajados, hacen sus rondas como siempre, sin siquiera pensar en algún desmán, eso ya es parte del pasado. La terrorífica micro verde asociada a carabineros espera tranquila en Andrés Bello con Suecia, pero al parecer seguirá esperando ahí sin recibir comensales. El ambiente es tranquilo y recuerda a lo que fue alguna vez el barrio, donde permanecen lugares estratégicos y tradicionales.

La calle es un poco sucia, plagada de pequeños grupos de jóvenes de diferentes edades y estratos sociales, quienes se reúnen tratando de decidir a que lugar entrar. El primer lugar que llama la atención es el Club Mist. En la entrada hay un tipo metalero de a de veras (pelo largo, pantalones rotos, bototos y claramente, vestido de negro), que anuncia como caturra que hay que pagar dos mil pesos para entrar al local. Se llama Cristóbal, y tiene un buen shop de alguna cerveza artesanal que vende el club en la mano. Cuando se le pregunta cómo es trabajar acá responde “no sé…llevo dos días no más”, y si se le pregunta cómo se le ocurrió trabajar en Suecia dice “porque el Mist tiene historia, aquí tocan re buenas bandas y vienen hartas bandas a tocar, además que es piola, no es pa’ na’ peligroso en comparación con Bellavista o República” y realmente se le nota relajado tomándose la cerveza.

Caminando por la misma calle Suecia, es donde se aprecia mejor al barrio y a sus protagonistas. A medida que se camina, meseros de todos los locales salen a mostrar las cartas y lo que ofrecen los diferentes pubs. Si se hace una comparación es como ir al persa Bio-bio, solo que ahora la oferta es una buena mesa con alcohol barato en vez de alguna prenda de ropa o algún artículo casero.

Si bien en la calle General Holley el aumento de carabineros es notable, este aumento es debido a que la cantidad de gente aumenta también. Mayoritariamente jóvenes, se pasean libremente de un local a otro, buscando la mejor oferta. Es en General Holley donde se puede ver un contraste grande. A la derecha, comienza el pasaje que recibe el mismo nombre que la calle, aquí se encuentran los locales de jóvenes, donde pokemones, flaites, pelolais y góticos se reúnen haciendo fila para entrar a un lugar. No hay discriminación por vestimenta como en las discotheques normales, al contrario, hasta menores de edad entran sin problemas. Hacia el otro lado, por la calle Suecia, en dirección a la calle Bucarest, la cosa es distinta. Restoranes de comida Colombiana y una serie de restoranes que tienen entre sus ofertas comida, además de alcohol, son la tónica de estos lugares. Junto a ellos, se encuentra la sala de ensayo Sala del Demonio, donde siempre se puede escuchar una banda de novatos o experimentados a toda hora ya que la sala no tiene horario definido.

En la calle General Holley con Suecia, que hace una suerte de cordillera de los Andes en el barrio, aparecen los “sapos”. Son como los meseros, pero aparte de mostrar las cartas y gritar lo que ofrecen, cuidan de que no pase nada malo frente a su local, ven que está pasando en los otros locales y de vez en cuando se roban a uno que otro cliente.

En esa esquina está parado Carlos. Trabaja en el pub Louisiana, uno de los más antiguos y tradicionales pubs del barrio, hace nueve años. Cuesta que converse con las personas, pero nada que un par de cigarros de regalo no pueda arreglar. No puede creer que alguien quiera hablar con él, en la noche no está acostumbrado a hablar con gente, solo a gritar a los cuatro vientos cuanto trago recuerda. Cuenta que trabajar en el barrio es duro, que el mayor problema son los niños de unos quince años que toman y se ponen agresivos, pero que ahora ha cambiado. “Con esto de que están poniendo bancos y oficinas acá, la cosa se puso más segura, los pacos empezaron a venir más seguido y la clientela es diferente, por lo menos pa’ este lado, puro gringo por acá”. Asegura que los turistas llegan en masa, gracias al nuevo proyecto de hacer del barrio un lugar más seguro y lleno de oficinas, pero que no son mucho mejores que los chilenos, “dejan buena propina, pero adentro del local son locos, siempre quedan bota’os y los hombres se pasan pa’ la punta con las niñas que atienden”. Mientras se fuma el cigarro regalado, mira para todos lados. La conversación no hace que pare de mirar a posibles clientes, pero así como busca también discrimina. “uno trata de no meter cabros chicos acá, le baja el pelo al local y a uno le mandan de adentro que le ofrezca al que puede pagar no más po, así es la cosa”. Ante la idea de que el barrio esté muriendo, contesta con una sonrisa un tanto irónica y dice que “este barrio no va a morir porque los que trabajamos acá vivimos de él, y él vive de nosotros”. Cursi como el mismo, con un aro brillante en el oído izquierdo, y una sonrisa pícara del típico chileno que quiere engañar, se despide, prometiendo el cielo si es que se vuelve a hablar con él.

A las dos de la mañana, el ambiente no es el mismo que a las diez. Suecia pasó de ser ese barrio tranquilo, lleno de carabineros, a un barrio prendido, con jóvenes bailando en la mitad de la calle, y uno que otro hampón dando vueltas por el lugar, haciendo que la gente o cruce a una vereda diferente en la que se encuentra el hampón o abrace su cartera o bolso y ponga cara de rezo, en realidad, no muy diferente de otros lugares de Santiago en la noche. Se pueden contar más de diez menores de edad en estado de ebriedad, nada sorprendente si se compara con Reñaca en febrero, pero aún así sorprende que los sapos de los locales en donde se puede bailar los sigan invitando a pasar a vista y paciencia de carabineros, que no hace mucho por cambiar la situación.

A esa hora se puede apreciar más el barrio. En medio de los locales se ven los nuevos bancos y negocios nuevos de valientes personas que declaran que ya no es lo mismo que antes, que ahora es seguro y que se ve futuro vendiendo ya sea pan o una botella de bebestible.

Hoteles de lujo en los alrededores y cercano a un hipócrita Dunkin Donut’s listo y dispuesto para “el bajón” mañanero, Suecia ofrece un barrio oficinista para el día, y para la noche un carrete para todas las personas de todos los estratos sociales, ya sea para comer algo, cantar karaoke con los amigos y tomarse un buen trago.


Foto: www.skyscrapercity.com